Más chichones y menos colchones

Texto: 1Pe 5.10

“Y después de que ustedes hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables”.

 

El pasado sábado, minutos antes de empezar el culto, mi hijo se cayó en frente a la iglesia y se cortó la perilla (mentón). En el momento, me sentí el peor de los padres, pues: ¿Cómo pude no hacer nada para evitar el accidente estando a dos metros de distancia?

 

Devuelta me dirigí a mí “gurú” pedagógico Alejandro Barbieri, que además de aliviar la conciencia, también siempre nos refuerza las convicciones heredades y que en lo presente se tiraron todas a la basura. Dice Ale: “mejor gastar en médicos que en psicomotricista …. ¡Déjalo caer, por favor!

 

Perdimos el sentido de la vida. Si pasamos esta vida preservándonos tanto a punto de no poder tener chichones y traumas, ¿En dónde pretendemos desfilar nuestra “salud” narcisista? ¿En qué vida? ¿Para qué, para dónde, para quién?

 

No estoy incentivando a empujar a tu hijo por las escaleras, pero no se puede evitar todos los chichones, e intentarlo es causar otros “chichones peores”. Lo mismo vale para los adultos. No podemos vivir bajo el efecto “perifar”, anestesiados de todos los dolores continuamente. Por lo contrario, el dolor es parte fundamental de la vida. Dios nos dice en su Palabra: “Y después de que ustedes hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables”. Dios permite los “chichones”, Dios está metido en los sufrimientos, pues allí es donde más se aprende, o como dice Isabel Allende: “allí es dónde verdaderamente se aprende”. Lo dijo después de la pérdida de su hija.

 

Los cristianos no somos masoquistas, a nadie nos gusta sufrir. Pero en el sufrimiento encontramos dos cosas importantes: sentido y paz. En el dolor aprendemos en silencio, seguros de que Dios está trabajando, nos está “cosiendo” para algo más grande, para algo mejor, para algo que aún no entendemos, pero nos entregamos a este médico de los médicos que nos ama y quiere lo mejor para nosotros, por eso vivimos en paz.

 

Dios no evitó los chichones que le hicieron a su Hijo amado, Jesucristo, cuando fue maltratado, herido y crucificado, pues había un propósito mayor, el de salvar a ti y a mí. Este es el sacrificio que nos da sentido a todo, bajo este sacrificio nada pasa en vano. Gracias al amor que Dios tuvo por nosotros, aunque de esta vida salgamos con muchos “chichones”, tendremos en la Vida Eterna un cuerpo perfecto, en gloria, sin manchas, ni dolor. Gracias al sacrificio de Cristo, nadie necesita causarse chichones, o auto-flagelarse para agradar a Dios, pero puede aprovechar a los “chichones” que Dios permite, para aprender a caminar con más equilibrio, consciente de que no importa cuántas veces se caiga, el Padre siempre estará al lado para levantárselo.

 

Amén.